sábado, 26 de abril de 2014

LOS COMETAS EN "DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE" DE DANIEL DEFOE

El “Diario del año de la peste” (1722) es uno de los libros que recuerdo haber leído apasionadamente y que dejó una honda impresión al finalizarlo. Es una de las obras maestras de alguien que todo lo que escribió lo escribió bien: Daniel Defoe, autor del famoso, y tan poco leído, “Robinson Crusoe” (1719). En ella se narra la epidemia que casi despobló Londres en 1665. El pasaje que transcribimos narra los cometas que se observaron antes de la peste y antes del gran incendio de Londres (en 1666) y antes de la peste. La descripción impresiona y refleja la actitud temerosa del vulgo y la actitud cauta del culto, que sabe que los cometas no son presagios… pero que no deja de estar impresionado por la coincidencia.
“Cuando el temor de la gente aún era joven, se vio acrecentado en modo extraño por varios raros accidentes. Si se los considera en su conjunto, resulta pasmoso que todo el pueblo no se alzara como un solo hombre para abandonar su morada, dejando el lugar como a un espacio señalado por el Cielo para ser borrado del a faz del planeta, y en el que todo lo que allí se encontrara perecería. Mencionaré sólo alguna de esas cosas, aunque fueron tantos los brujos y los bellacos que las propagaban, que con frecuencia me asombré de que existiera alguien (especialmente entre las mujeres) que no las tuviera en cuenta. En primer lugar una estrella flamígera o cometa apareció varios meses antes que la epidemia, como había sucedido antes del año del fuego. Las viejas y los hipocondríacos flemáticos del sexo opuesto, a quienes casi se podría llamar también viejas, señalaron (en particular después de los acontecimientos) que esos cometas pasaron directamente sobre la City y tan cerca de las casas que claramente significaban algo que concernía a la City sola; que el cometa anterior a la pestilencia era lánguido, de desvaído color y movimiento muy pesado, solemne y lento, pero que el anterior al incendio era rutilante o, como dijeron otros, llameante, y su movimiento era furioso y veloz. De acuerdo con estos detalles-afirmaban-uno predecía una pausada sentencia, pausada pero severa, terrible y aterradora como la peste, mientras el otro predecía un golpe fulminante, súbito, veloz y frío como la conflagración. Más aún: algunas personas imaginaron que al mirar el cometa que precedió al fuego, no sólo lo vieron pasar rápida y furiosamente, y que podían percibir el movimiento con sus ojos, sino que hasta lo habían escuchado: hacía un ruido estrepitoso, feroz y terrible, aunque distante. Yo vi ambos astros y-debo confesarlo-tenía muchas de las ideas comunes sobre esos asuntos en mi cabeza, de modo que fui capaz de ver en ellas los presagios y advertencias del juicio de Dios. Especialmente cuando tras la catástrofe que siguió a la primera vi otra de la misma clase, no pude sino pensar que Dios todavía no había azotado bastante a la City. Sin embargo, yo no pude llevar las cosas tan lejos como otros, porque también sabía que los astrónomos asignan causas naturales a tales fenómenos y que sus movimientos y hasta sus revoluciones son calculados o se los pretende calcular, de modo que no es posibles llamarlos presagios o predicciones, y mucho menos procuradores de sucesos tales como la pestilencia, la guerra, el fuego y otras calamidades”.

Daniel Defoe, Diario del Año de la Peste. Traducción de Enrique Campbell.  Colección Fontana. Edicomunicación SA. Barcelona, 1997. Págs.34/35.

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