lunes, 15 de septiembre de 2014

EL COMETA BIELA




Esta interesante narración del primer cometa cuya fragmentación y desintegración pudieron observarse pertenece al libro de Isaac Asimov “El cometa Halley” (Plaza y Janes Editores, Barcelona, 1985, págs.65-70).

El astrónomo alemán Friedrich Wilhelm Bessel (1784-1846) descubrió un cometa en 1806. Consultó la documentación disponible, indagó las veces que había recorrido nuestro cielo y pensó que podía tratarse del retorno de un cometa que había descubierto Messier en 1772. Mas tarde, Bessel consideró que estaba equivocado a consecuencia de un error de cálculo, aunque otros dijeron que no había habido ningún error y que estaba en lo cierto. La polémica hizo que la atención astronómica se centrara en el cometa.
Un militar austríaco, Wilhelm von Biela (1782-1856), que era además astrónomo aficionado, quiso sorprender la reaparición del cometa, que según las hipótesis de Bessel, tenía que volver en 1826. El 27 de febrero localizó un cometa y lo siguió con el telescopio durante doce semanas. Calculó su órbita-cosa que ya era fácil gracias a Gauss-y descubrió que su revolución duraba 6 años y 9 meses.
Al hacer cálculos en sentido retroactivo, demostró que Bessel había estado en lo cierto desde el principio. El cometa que había de llamarse cometa Biela había aparecido en 1772, había ejecutado cuatro revoluciones sin que nadie lo notara, puesto que era un  cometa oscuro, y Bessel lo había localizado en 1807. Dio otras dos revoluciones de incógnito hasta que por fin volvió a verlo Biela, que calculó su órbita.
A causa de la polémica, el cometa Biela se hizo muy célebre y hubo un puñado de astrónomos que se puso a calcular su órbita con gran escrúpulo, tomando en consideración la atracción gravitacional de varios planetas para que la fecha de su posible regreso pudiera determinarse con exactitud. Los astrónomos no querrían perder el tiempo en el caso de que corriera la misma suerte que el cometa Lexell y, merced a las influencias planetarias, se alterase su órbita o fuera expulsado del sistema solar.
Un astrónomo alemán Heinrich Wilhelm Olbers (1785-1840) calculó que cuando volviera en 1832, el cometa Biela pasaría muy cerca de la Tierra el 29 de octubre rumbo a su perihelio. En realidad, a Tierra no estaría en esa parte de su órbita, sino a ochenta millones de kilómetros, pero el caso es que nadie prestó atención a aquello.
Comenzó a extenderse la creencia de que había una colisión el 29 de octubre de 1832 y se desató el terror cometario. Los astrónomos se apresuraron a explicar que no habría ninguna colisión y sorprendentemente el terror se desvaneció. El cometa Biela pasó muy cerca de la órbita terrestre en el momento previsto por Olbers, pero como es lógico, nada le ocurrió a la distante Tierra.
(…)
El cometa Biela reapareció en julio de 1839 y luego en febrero de 1846. El primero en verlo ésta última vez fue un oceanógrafo y astrónomo estadounidense Matthew Fontaine Maury (1806-1873). Este hombre informó que había dos cometas que avanzaban uno al lado del otro, cada uno con su respectiva cola. No había duda, el cometa Biela se había partido en dos.
En 1852, cuando volvió a reaparecer, el primero en verlo fue el astrónomo italiano Pietro Angelo Secchi (1818-1878). Las dos mitades del cometa Biela se habían separado ya bastante y una iba por delante de la otra. No se pudo observar en 1859 porque estuvo en el cielo durante las horas del crepúsculo y era demasiado oscuro para ser visto cuando era totalmente de noche.
En 1866 habría que tenido que reaparecer en circunstancias que lo habrían hecho claramente visible, pero no fue así. No volvió a verse el cometa Biela, aunque no se acercó bastante a ningún planeta lo bastante para que su órbita sufriese una alteración. Se había limitado a deshacerse y, por así decir, había muerto (desde entonces ha habido otros cometas que también se han fragmentado y muerto).

El destino del cometa Biela desató la suposición de que los cometas podían ser objetos ligeros y hasta inmateriales, de ningún modo semejante a los planetas. Esto contribuyó a mitigar el miedo respecto de la posibilidad de colisiones que provocasen inundaciones y otras catástrofes. 

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