jueves, 25 de diciembre de 2014

ACANTILADO COMETARIO

La Agencia Espacial Europea ha distribuido esta imagen de la superficie del núcleo del cometa Churyumov-Gerasimenko. En ella podemos observar dos cosas: fríamente: cuanto difiere su superficie del vetusto modelo cometario que los imaginaba como una “bola de nieve sucia”, cuando en realidad se parecen a pequeños mundos, tal como los imaginó Arthur C. Clark en “2061”; y desde el lado de la imaginación los podemos pensar como paisaje sublime:



El concepto de la belleza sublime del paisaje, el paisaje que en vez de confortarnos nos enfrenta a una búsqueda filosófica, parece que hubiera acompañado desde siempre al hombre, pero sólo se remonta a 1757 a un tratado del inglés Edmund Burke y tuvo su culminación en el arte y la poesía romántico de fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX. En esa renuncia al paisaje consolador que da descanso y en la valoración de espectáculos naturales que muestren el poderío de la naturaleza y la pequeñez del hombre, el hombre comenzó a valorar lugares como las cataratas y los desiertos, pero sobre todo el mar inconmensurable:



Y las grandes montañas y los acantilados abrumadores, como vemos en esta pintura de Caspar David Friedrich (todas las vemos en esta entrada le pertenecen), tan parecida a la foto que comentamos.




Es imposible encontrar una cita de un texto griego o romano que alabe el desierto, las grandes extensiones marinas o las cumbres montañosas, como tampoco se sentían cómodos con un universo infinito, mientras que el hombre occidental pudo desarrollar la astronomía gracias a esa fascinación por los grandes espacios desconocidos (como antes fueron las tierras descubiertas en América, por ejemplo).


lunes, 22 de diciembre de 2014

FELIZ NAVIDAD!

Un saludo fraterno a todos los hermanos cometarios para estas fiestas les desea Cometaria. A modo de tarjeta navideña comparto esta ilustración de Michael Schölz: Rosetta narrándole una historia de Navidad a la somnolienta Philae.  (https://twitter.com/Shugokan/status/543047826826330112/photo/1).

viernes, 19 de diciembre de 2014

MÁS DATOS CIENTÍFICOS DE ROSETTA


Tras la accidentada aventura de Philae, prosigue  la investigación científica del cometa 67P/Churyumov–Gerasimenko, con la sonda Rosetta acompañándolo en su fase de acercamiento al Sol hasta llegar al perihelio el 13 de agosto de 2015. Los datos obtenidos durante las 64 horas que duraron las baterías del lander continúan siendo analizados, a la espera de que un golpe de suerte permita que se vuelvan a cargar cuando aumenten las horas de luz solar.
Ya sin la preocupación del “acometizaje” de Philae, la órbita de Rosetta se fija para aprovechar al máximo sus instrumentos científicos en la fase de escolta al cometa. Entre el 3 y el 13 de diciembre se abandonó la órbita de 30 km. de acercamiento para pasar a una de 20 km. que permitió mapear partes extensas del núcleo a alta resolución, y para recoger gas, polvo y plasma. El aumento progresivo de la actividad del núcleo promete fascinantes oportunidades para obtener datos científicos antes de que la actividad se intensifique y obligue a alejar la órbita.
Los accidentados aterrizajes de Philae fueron aprovechados (una especie de “desgracia con suerte”) por el instrumento Ptolomeo para obtener muestras de tres lugares distintos del núcleo cometario en su búsqueda de compuestos orgánicos, especialmente en el polvo eyectado tras el primero, unos 20 centímetros. Las oportunidades se triplicaron pero no sabemos los resultados todavía.
Sí sabemos los resultados del análisis del vapor de agua analizado por el espectrómetro de masas ROSINA. Era un resultado muy esperado. Resulta que el contenido en deuterio del agua del cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko triplica el de los océanos terrestres a diferencia de los valores medidos en otros cometas de la familia de Júpiter.
Los análisis de ROSINA sobre la composición isotópica de los diversos gases presentes en la coma del 67P incluyeron, claro está, el vapor de agua (gran parte de los hielos que conforman la componente volátil del cometa es hielo de agua). La incógnita estaba centrada en el porcentaje de deuterio presente en las moléculas de agua. El deuterio es hidrógeno pesado (su núcleo contiene un neutrón adicional). Se esperaba que el cociente deuterio/hidrógeno presente en el vapor de agua del 67P Churyumov-Gerasimenko fuera similar al agua de los océanos terrestres, ya que dicho cociente en los dos cometas de la llamada “Familia de Júpiter” estudiados (45P/Honda-Mrkos-Pajdusakova y 103P/ Hartley 2) así lo era. Pero el 67P resultó un cometa de la “Familia de Júpiter” distinto (¿debido a su núcleo binario?): su cociente deuterio/hidrógeno triplica el de los océanos terrestres.
Obviamente, con solamente 3 cometas de la “Familia de Júpiter” estudiados, no podemos saltar a conclusiones sobre el origen del agua en la Tierra. Lo cierto es que el cociente D/H de los cometas provenientes de la nube de Oort estudiados (el Halley, el Hale-Bopp, el Hyakutake, entre otros) es diferente al agua terrestre.

Los resultados de Rosina parecen reforzar la idea de que el agua nos vino de algunos de los asteroides que impactaron sobre la Tierra (y sobre la Luna, como se puede apreciar en su accidentada superficie intacta por la falta de atmósfera y de erosión) en el llamado “Gran Bombardeo Tardío”, que se produjo hace entre 3.900 y 3.700 millones de años.

EL COMETA C/2014 Q2 LOVEJOY VISIBLE DESDE CIELOS URBANOS CON BINOCULARES

Este cometa sigue aumentando de brillo y de tamaño y ahora podemos observarlo desde los cielos urbanos (al menos desde Argentina), siempre que no tengamos luces que nos iluminen de frente, con binoculares. Anoche pude observarlo con mis binoculares de 10X50 (aunque son de mala calidad) y sin ni siquiera necesitar mucho tiempo de acostumbramiento a la oscuridad. Si uno recorre el eje imaginario entre Sirio y Canopus (las 2 estrellas más brillantes del firmamento), a mitad de camino encontrará una mancha blanca y difusa, ese es el cometa. No hay cúmulos globulares ni galaxias que puedan llevar a confusión en esa zona del cielo, tarde o temprano encontraremos al cometa Lovejoy, y cada día será más brillante. No nos podemos quejar, ha sido un hermoso año cometario y el C/2014 Q2 es la velita en la torta. Les dejo como regalo una astrofotografía de Damian Peach tomada el 14 de diciembre, en la que se lo observa en todo su verdoso esplendor, cola iónica incluida (http://rastreadoresdecometas.wordpress.com/2014/12/15/lovejoy-todo-un-espectaculo-visual/):

miércoles, 17 de diciembre de 2014

EL C/2014 Q2 LOVEJOY SIGUE AUMENTANDO SU BRILLO… Y GEMÍNIDAS ESPECTACULARES

El sábado a la noche tuvimos suerte y las nubes que han cubierto los cielos de diciembre nos dieron una tregua mínima, pero suficiente para observar al que se ha transformado en el cometa del año, el C/2014 Q2 Lovejoy. Es un cometa muy particular el descubierto por Terry Lovejoy: lo hizo en agosto de este año en la constelación de Puppis y 4 meses después sigue en la misma constelación, pero no ha parado de aumentar su brillo, pasando de magnitud 15 a magnitud 6.5, según nuestra estimación del domingo. Es impresionante las diferencias entre el reporte del domingo pasado y el de éste: de magnitud 7 a magnitud 6.5 y la coma pasó de 5 a 12 minutos de arco. Incluso es claramente distinguible con binoculares, y si las nubes ceden un poco en algún momento de la semana seguramente será visible con binoculares en cielos urbanos y a ojo desnudo para un observador agudo en cielos oscuros.
Al sostenido incremento de su brillo (que hace esperable una magnitud de 4.0 para la segunda semana de enero) le corresponde un espectacular crecimiento de su coma que prácticamente duplica su tamaño cada semana, coma muy gaseosa con fuerte emisión de C2.
Las fechas a esperar son el 7 de enero, cuando pasará a distancia mínima de la tierra (70 milones de kilómetros) y comenzará su etapa de brillo máximo, y el 30 de enero, cuando llegue al perihelio, aunque su brilo máximo se espera para el 15 de enero.
Actualmente es un cometa que desde la Argentina podemos ver toda la noche, pero a medida que pasen las semanas pasará a ser un cometa vespertino.
Nos esperan días emocionantes.

Aquí va la foto obtenida por Walter Elias en una única toma de 30 segundos a ISO 1600 a las 2.36 hora argentina del 14-12-14:
Y aquí van las cartas publicadas por Sky and Telescope para ubicar al cometa en diciembre y enero:

La gran emoción de la noche no fue el C/2014 Q2 Lovejoy, sino el espectacular máximo de la lluvia de meteoros “gemínidas”. Personalmente, nunca había tenido una experiencia semejante: las estrellas fugaces cruzaban el cielo cada pocos minutos, a veces varias simultáneamente. Por un lado me arrepiento de no haber tenido tiempo de imprimir antes de llegar al Observatorio de Oro Verde una carta para marcarlas, o de no haber seguido el protocolo de observación y haber contado las que veía sin apartar la vista del mismo lugar, pero fueron horas tan emocionantes que no puedo quejarme. No esperaba tanto de las Gemínidas porque a pesar de tener un máximo de 120 por hora, ese es un valor para un cielo muy oscuro y con el radiante en el zenit, mientras que el radiante nunca sube por encima de los 30 grados. Pero aún con un radiante no muy alto en el horizonte, personalmente calculo (mis amigos de la AEA me corregirán si me equivoco) haber visto entre unas 45 y 50  por hora, por lo que si aplicamos el índice de corrección por altura del radiante desarrollado por el Observatorio Skalnate Pleso de la antigua Checoslovaquia, con un radiante a 30 grados del horizonte daría un máximo de entre 124 y 139 meteoros por hora, un poco superior al máximo esperado de 120.
Fue un espectáculo similar a éste (bueno, casi):

jueves, 11 de diciembre de 2014

2061. ODISEA TRES. LA NOVELA COMETARIA DE ARTHUR C. CLARKE (III)

En el capítulo 19, llamado “Al final del túnel” de la novela de Arthur C. Clarke que hemos recordado en entradas anteriores, se describe una expedición a las supuestas cavernas del interior del núcleo del cometa Halley. La aventura combina espelología y misterio, con vestigios de vida…
“Los primeros vuelos de circunvalación del cometa, realizados en 1986, habían sugerido que era considerablemente menos denso que el agua, lo que sólo podía significar, o que estaba constituido por un material muy poroso, o que estaba acribillado por cavidades. Ambas explicaciones resultaron ser correctas.
Al principio, el siempre precavido capitán Smith prohibió de manera rotunda toda exploración de cuevas; pero al final se ablandó cuando el doctor Pendrill le recordó que su ayudante principal, el doctor Chant, era un espeleólogo experimentado; de hecho, ésta era una de las razones precisas por las que había sido elegido para la misión.
—Los derrumbes son imposibles con esta gravedad tan baja —le había dicho Pendrill al renuente capitán—, así que no existe peligro de quedar atrapado.
—¿Y no podrían perderse?
—Chant tomaría esa sugerencia como un insulto a su profesionalidad. Se ha adentrado veinte kilómetros en la Cueva del Mamut. De todos modos, llevará consigo una línea de guía.
—¿Y con respecto a las comunicaciones?
—La línea tiene fibra óptica en su interior. Y la radio del traje probablemente funcionará la mayor parte del trayecto.
—Hmm... ¿Dónde quiere entrar?
—El mejor sitio es ese geiser extinguido, en la base del Etna Júnior. Está muerto desde hace mil años, por lo menos.
—Así que supongo que permanecerá tranquilo durante otro par de días. Muy bien. ¿Alguien más quiere ir?
—Cliff Greenberg se ha ofrecido como voluntario. Hizo muchas exploraciones de cuevas submarinas, en las Bahamas.
—Yo lo intenté una vez... y fue suficiente. Dígale a Cliff que él es demasiado valioso, así que puede entrar hasta una profundidad tal que le permita seguir viendo la entrada... y no más allá. Y si pierde contacto con Chant, no debe ir en su busca sin mi autorización. «Que yo sería muy reacio a dar» —añadió el capitán para sus adentros.
El doctor Chant conocía todas las bromas relativas a que los espeleólogos querían regresar al útero, y estaba seguro de poder refutarlas.
—Ése tiene que ser un sitio condenadamente ruidoso, con todos esos porrazos y topetazos y gorgoteos —solía decir—. Yo adoro las cavernas porque son pacíficas e intemporales. Uno sabe que nada ha cambiado en cien mil años, salvo que las estalactitas se han vuelto un poco más gruesas.
Pero ahora, mientras flotaba y descendía cada vez más hacia las profundidades del Halley, y a medida que iba desenrollando el hilo delgado pero irrompible que lo unía a Clifford Greenberg, se dio cuenta de que eso ya no era una verdad absoluta. Hasta el momento carecía de pruebas científicas, pero su instinto de geólogo le decía que este mundo subterráneo había nacido apenas ayer, en la escala cronológica del Universo. Era más reciente que algunas de las ciudades creadas por el hombre.
El túnel a través del cual planeaba dando saltos largos y poco profundos tenía unos cuatro metros de diámetro, y la casi total carencia de peso le traía intensos recuerdos del buceo en cavernas de la Tierra. La poca gravedad contribuía a la ilusión; la sensación exacta era la de estar llevando un peso ligeramente excesivo y, por eso seguía derivando con suavidad hacia el fondo. Sólo la falta de toda resistencia le hacía recordar que se estaba desplazando a través del vacío, no del agua.
—Estás empezando a desaparecer de mi campo visual —dijo Greenberg, que se encontraba a cincuenta metros de la entrada—. El enlace radial sigue muy bien. ¿Cómo es el paisaje?
—Es muy difícil decirlo. No puedo identificar las formaciones, así que carezco del vocabulario para describirlas. No es una clase común de roca: se desmenuza cuando la toco. Siento como si estuviera explorando un gigantesco queso gruyere...
—¿Quieres decir que es sustancia orgánica?
—Sí. Nada que ver con la vida, por supuesto... pero sí la perfecta materia prima para ella. Hay toda clase de hidrocarburos; los químicos estarán entretenidos con estas muestras. ¿Todavía puedes verme?
—Sólo el brillo de tu linterna, y se está desvaneciendo con rapidez.
—Ah, aquí hay roca genuina, que no parece pertenecer a este ambiente... Es probable que sea una intrusión. Ah... ¡he encontrado oro!
—¡Estás bromeando!
—Engañó a mucha gente, en el viejo Oeste. Es pirita de hierro. Es común en los satélites exteriores, desde luego, pero no me preguntes qué está haciendo aquí...
—Contacto visual perdido. Te has adentrado doscientos metros.
—Estoy pasando a través de un estrato distinto... Parece ser detrito meteorítico. Algo emocionante debió ocurrir en aquel entonces... Espero que lo podamos datar. ¡Uaahh!
—¡No me des estos sustos!
—Lo siento. Me ha dejado casi sin aliento. Hay una gran cámara adelante... Es lo último que pensaba encontrar. El Halley está lleno de sorpresas; hay estalactitas y estalagmitas.
—¿Qué tiene eso de sorprendente?
—No hay agua libre, no hay piedra caliza, claro está, y con tan poca gravedad... Parece como si fuera alguna especie de cera. Un momento, nada más, mientras obtengo un buen plano en videograbación. Veo formas fantásticas... la clase de formas que produce una vela al derretirse. Es extraño...
—¿Y ahora qué ocurre?
La voz del doctor Chant había experimentado una súbita alteración en el tono, que Greenberg, percibió al instante.
—Algunas de las columnas han sido rotas. Están esparcidas por el suelo. Es como si...
—¡Sigue!
—... como si algo hubiera tropezado con ellas.
—Eso es una locura. ¿Puede haberlas arrancado un terremoto?
—No hay terremotos aquí, sólo microseísmos causados por los géiseres. A lo mejor ha habido un gran escape de vapor en algún momento. Sea como fuere, ocurrió hace siglos. Sobre las columnas caídas hay una película de esta sustancia cerosa, una capa de varios milímetros de espesor”
(…)
“—¿Alguna vez has visto una de esas antiguas películas como La guerra de las galaxias? —le preguntó a Greenberg.
—Por supuesto; media docena de veces.
—Bueno, ya sé qué es lo que me preocupaba. En ésa había una secuencia en la que la astronave de Luke cae en picado sobre un asteroide... y se encuentra con un gigantesco ser con forma de serpiente que acecha dentro de las cavernas de ese asteroide.
—No era la cosmonave de Luke, sino el Halcón Milenario de Han Solo. Y siempre me he preguntado cómo se las arreglaba esa pobre bestia para proveerse el sustento. Tiene que haber padecido mucha hambre esperando el bocado exquisito que le cayera del espacio. Y la princesa Leia no habría sido más que un entremés, de todos modos.
—Para lo que, sin duda, no pretendo servir —dijo el doctor Chant, ya del todo relajado—. Aunque hubiera vida aquí —lo que sería maravilloso—, la cadena alimentaria sería muy corta. Por eso me sorprendería encontrar algo que fuese más grande que un ratón o más factible que un hongo... Ahora veamos hacia dónde vamos desde aquí... Hay dos salidas al otro lado de la cámara. La de la derecha es más grande. Iré por ese lado...
—¿Cuánta línea te queda?
—Oh, más de medio kilómetro. Allá vamos. Estoy en medio de la cámara... Maldición, he rebotado contra la pared. Ahora tengo un punto para asirme... meto la cabeza primero. Paredes suaves, roca auténtica para romper la monotonía... Es una lástima...
—¿Cuál es el problema?
—No puedo ir más allá... hay más estalactitas... demasiado juntas para que pueda pasar entre ellas... y demasiado gruesas para romperlas sin explosivos. Y eso sería una pena... los colores son hermosos. Son los primeros verdes y azules que veo en el Halley. Un minuto, nada más, mientras las videograbo...
El doctor Chant se afianzó contra la pared del estrecho túnel, y enfocó la cámara. Con los dedos enguantados palpó en busca del interruptor de alta intensidad, pero se equivocó y apagó por completo las luces principales.
«Diseño inmundo —masculló—. Es la tercera vez que me pasa esto. »
No corrigió de inmediato su error porque siempre le habían encantado ese silencio y esa oscuridad total que únicamente se pueden experimentar en las cuevas más profundas, tos suaves ruidos de fondo de su equipo de mantenimiento de vida impedían que el silencio fuera absoluto pero, por lo menos...
¿Qué era eso? Desde más allá de la empalizada de estalactitas que bloqueaba cualquier avance ulterior, Chant pudo distinguir un brillo tenue, como la primera luz del alba. A medida que sus ojos se adaptaban a la oscuridad, el brillo pareció aumentar de intensidad y el geólogo pudo discernir un matiz verde.
—¿Qué pasa? —preguntó Greenberg, angustiado.
—Nada. Sólo estoy observando.
Y pensando, pudo haber agregado. Había cuatro explicaciones posibles.
Tal vez la luz solar se estuviera filtrando a través de algún conducto natural de hielo, cristal o lo que fuese. Pero, ¿a esta profundidad? No era muy probable...
¿Radiactividad? Chant no se había molestado en llevar un contador; para todos los fines prácticos, allí no había elementos pesados. Pero valdría la pena volver para verificarlo.
Podría tratarse de algún material fosforescente; ésa era la posibilidad a la que concedía mayor peso. Pero había una cuarta... la más improbable y también la más emocionante de todas”.
(…)
¿Sería posible que organismos bioluminiscentes similares se hubieran desarrollado allí, en el corazón del cometa Halley? A Chant le encantaría creerlo. Sería lamentable tener que destruir algo tan exquisito como esa obra de arte de la Naturaleza —con ese fulgor detrás de ella, la barrera ahora le recordaba el retablo que una vez vio en alguna catedral— pero tendría que volver con explosivos. Mientras tanto, estaba el otro corredor...
—No puedo seguir adelante en esta dirección —le dijo a Greenberg—, así que intentaré ir por la otra. Regresaré a la bifurcación. Voy a rebobinar el carrete. —No mencionó el fulgor misterioso, que se desvaneció no bien hubo encendido sus luces otra vez.
Greenberg no respondió en el acto, lo que no era usual; probablemente estaba hablando con la nave. Chant no se preocupó; repetiría su mensaje tan pronto como se hubiera vuelto a poner en marcha. Tampoco se molestó, porque hubo un breve acuso de recibo por parte de Greenberg.
—Bien, Cliff, por un instante, creí que te había perdido. Regreso a la cámara... ahora entraré en el otro túnel. Ojalá no haya nada que lo bloquee.
Esta vez, Greenberg respondió enseguida.
—Lo lamento, Bill. Regresa a la nave. Hay una emergencia... No, no aquí; todo marcha bien en la Universe. Pero puede ser que tengamos que volver a la Tierra de inmediato.
El doctor Chant tardó pocas semanas en encontrar una explicación muy plausible para las columnas rotas: cuando el cometa despedía con violencia su sustancia hacia el espacio, en cada pasaje perihélico, la distribución de su masa se alteraba de manera continua. Y de esta forma, en intervalos de mil años, su rotación se volvía inestable, y eso variaba la dirección de su eje de modo bastante violento, como si se tratara de un trompo que está a punto de caer cuando pierde impulso.
Cuando eso ocurría, el movimiento telúrico que se producía en el cometa podía alcanzar un respetable 5 en la escala de Richter.
Pero Chant nunca resolvió el misterio del fulgor luminoso. Aunque el problema pronto quedó eclipsado por el drama que se estaba desarrollando, la sensación de haber perdido la oportunidad de resolverlo seguiría acosando al científico durante el resto de su vida.
Y si bien en varias ocasiones se sintió tentado de hacerlo, nunca mencionó el problema a ninguno de sus colegas. Lo que hizo fue dejar una nota para la próxima expedición. El sobre estaba lacrado, y tendría que ser abierto en 2133”.
Aquí concluye la trama cometaria de 2061 y la acción se desplaza a Júpiter (que en la segunda parte de la tetralogía, 2010, fue transformado en la estrella Lucifer por una inteligencia extraterrestre).
La edición es la de Emecé, Bs.As., 1987, en la excelente traducción de Daniel Yagolkowski.


domingo, 7 de diciembre de 2014

C/2014 Q2 LOVEJOY AL CLARO DE LUNA

Este sábado no hubo lluvia, pero las nubes se complotaron para cubrir el cielo casi por completo, y el espacio entre las nubes una espectacular luna llena, bellísima y fatal para los astrónomos.

Los movimientos de nubes parecían dar espacio a la ilusión de que se fueran: "De tanto en tanto, tregua de nubes para los amantes de la luna" (Bashô). Así que decidimos esperar comiendo a la luz de luna. La luz de la luna llena es un misterio que ha enloquecido a los pintores. Basta con haber pintado de niño para sospechar cuan titánico debe ser intentar logra el mismo efecto. Uno de los que lo consiguió fue el inglés William Turner. Habremos estado comiendo con una luz como esta:
La espera se matizó con una charla filosófica sobre los sueños. Como un mensaje cifrado para los que estaban anoche, les envío este haiku del poeta japonés Buson: “Ni una hoja se mueve. ¡Qué miedo la arboleda en verano!”.
Tarde, se despejó. No pudimos observar al C/2014 K1 Panstarrs, que ya debe ser tan poco brillante que con luna llena fue imposible. Si pudimos observar al gran protagonista de los cielos cometarios, el C/2014 Q2 Lovejoy. Aún en un cielo lechoso por la Luna era claramente visible aún para el que no hubiere acostumbrado la vista a la oscurida, con una magnitud 7.0 y una coma con una fuerte condensación central y bastante extendida. Un magnífico espectáculo, que seguramente se hará más espectacular hasta que llegue la fecha de su máximo brillo previsto, a mediados de enero.
Aquí va una toma de 30 segundos a ISO 1600 a las 5,10 del 7-12-14, a minutos del alba y con la luna llena brillando,
Los autores son Francisco Alsina Cardinali y Juan Manuel Biagi, con un telescopio
Meade LX 200 25 cm. y una Cámara Canon Eos Digital Rebel XS.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

2061. ODISEA TRES. LA NOVELA COMETARIA DE ARTHUR C. CLARKE (II)

Continuamos con la saga del viaje cometario de la astronave “Universe”. Así describe Arthur C. Clarke el vuelo en el interior de la coma del cometa Halley:
“Todo el cielo que se extendía ante ella era ahora una borrosa niebla blanca, no uniforme sino moteada por condensaciones más oscuras y veteada por bandas luminosas y chorros de brillante incandescencia, todo ello irradiando desde un punto central. Con esta ampliación, el núcleo se veía apenas como una diminuta mancha negra, aunque era, sin duda, la fuente de todos los fenómenos que se producían a su alrededor”.
En el capítulo 16 se describe el descenso sobre el núcleo:

“La nave se había posado en uno de los extremos de un valle poco profundo rodeado por colinas de poco más de cien metros de altura. Cualquiera que hubiese estado esperando contemplar un paisaje lunar se habría sorprendido en grado sumo; estas formaciones no se asemejaban en absoluto a las laderas lisas y suaves de la Luna, azotadas por el bombardeo de micrometeoritos a lo largo de miles de millones de años.
Aquí no había nada que tuviera más de mil años de antigüedad; las pirámides egipcias eran mucho más antiguas que este paisaje. Cada vez que el Halley pasaba alrededor del Sol, los vientos solares volvían a moldearlo y a reducir su tamaño. Ya desde el pasaje perihélico de 1986, la forma del núcleo había cambiado de manera sutil. Aun combinando metáforas de manera desvergonzada, Victor Willis lo expresó bastante bien, cuando dijo a sus teleespectadores:

—¡El maní ha conseguido tener cintura de avispa!
En efecto, había indicios de que, después de unas cuantas revoluciones más en torno al Sol, el Halley se podría escindir en dos fragmentos más o menos iguales, como había ocurrido en 1846 con el cometa de Biela, ante el asombro de los astrónomos”.
Lo que asombrosamente se puede ver en las imágenes del núcleo del 67P por Rosetta:
“La virtual falta de gravedad también contribuía a dar carácter extraño al paisaje. Alrededor había formaciones que presentaban delgadas líneas angulares que parecían las fantasías de un artista surrealista, y apilamientos de rocas inclinadas en ángulos inverosímiles, que no podían haber sobrevivido más que unos pocos minutos, ni siquiera en la Luna.
Aunque el capitán Smith había optado por hacer que la Universe descendiera a las profundidades de la noche polar —a no menos de cinco kilómetros del ardiente calor del Sol—, había abundante iluminación. La enorme cobertura de gas y polvo que rodeaba al cometa formaba un halo incandescente que parecía apropiado para esta región; resultaba fácil imaginar que era una aurora austral que jugaba sobre el hielo antártico”.
La exploración del cometa se plantea con un “trineo de dos plazas de retropropulsión”, seguramente como reminiscencia del modelo teórico que pensaba a los núcleos cometarios como una “bola de nieve sucia”, mientras que todas las exploraciones por sonda han demostrado que la piedra es el elemento predominante. Sin embargo, la descripción de ciertos accidentes orográficos del núcleo es bastante convincente:
“El Valle de Nieve Negra se salía de lo corriente porque era una estructura bastante sólida: un arrecife rocoso, desgastado por corrientes volátiles de agua y hielo de hidrocarburos. Los geólogos todavía discutían sobre su origen; algunos de ellos sostenían que, en realidad, era parte de un asteroide que había chocado con el cometa hacía ya muchísimo tiempo. La extracción de muestras había revelado complejas mezclas de compuestos orgánicos, bastante parecidos al carbón de hulla, si bien era seguro que la vida nunca había desempeñado ningún papel en la formación de esos compuestos.
La «nieve» que alfombraba el suelo del pequeño valle no era del todo negra; cuando Floyd la recorrió con el haz de su linterna, relumbró y centelleó como si hubiera sido rascada con un millón de microscópicos diamantes. Floyd se preguntó si en verdad habría diamantes en el Halley: era incuestionable que había suficiente carbono. Pero era casi seguro que las temperaturas y presiones necesarias para crearlos nunca existieron”.
También es muy amena y convincente la descripción de los “jets” cometarios:
“A medida que el Sol se deslizaba por encima del horizonte irregularmente dentado, absurdamente próximo, sus rayos caían al sesgo sobre los incontables pequeños cráteres que acribillaban la corteza. La mayoría de ellos se mantenía inactiva, con sus estrechas gargantas selladas por incrustaciones de sales minerales. En ningún otro lugar del Halley se observaban tan brillantes despliegues de color; habían confundido a los biólogos, quienes habían creído que aquí la vida estaba empezando, como había sucedido en la Tierra, en forma de floraciones de algas. Muchos investigadores no habían abandonado aún esa esperanza, si bien se resistían a admitirlo.
Desde otros cráteres, chorros de vapor flotaban hacia el cielo y se desplazaban en trayectorias anormalmente rectas porque no había vientos que los desviaran. Por lo general, sólo ocurría a lo largo de una hora o dos; después, cuando el calor del Sol penetraba en el congelado interior, el Halley empezaba a acelerar —según la descripción de Victor Willis— «como una manada de ballenas».
Aunque pintoresca, no era una de sus metáforas más exactas, ya que los chorros que manaban del Lado Diurno del Halley no eran intermitentes, sino que surgían de manera continuada durante horas cada vez. Y tampoco se encrespaban y volvían a caer a la superficie, sino que seguían ascendiendo, hacia el cielo hasta que se perdían en la refulgente niebla que ayudaban a producir.
Al principio, el equipo científico trató a los géiseres con la misma cautela que tendrían los vulcanólogos que se acercaran al Etna o al Vesubio durante uno de sus más o menos predecibles estados de ánimo. Pero pronto descubrieron que las erupciones del Halley, aunque a menudo temibles en apariencia, eran singularmente apacibles y bien educadas: el agua surgía casi tan deprisa como lo haría desde una manguera de incendios normal y corriente, y era apenas tibia. A los pocos segundos de escapar de su depósito subterráneo, se inflamaba y se convertía en una mezcla de vapor y cristales de hielo. El Halley estaba envuelto en una tormenta permanente de nieve, que caía hacia arriba. Aun a esta modesta velocidad de evacuación, nada del agua habría de regresar alguna vez a su fuente. Cada vez que el cometa daba la vuelta alrededor del Sol, más y más de su savia vital se precipitaba hacia el insaciable vacío del espacio.
Después de una considerable persuasión, el capitán Smith accedió a llevar la Universe hasta un centenar de metros del Old Faithful, el geiser más grande que había en el Lado Diurno. Era una visión pavorosa: una columna de bruma gris blancuzca que se alzaba, como si fuera alguna especie de árbol gigantesco, desde un orificio sorprendentemente pequeño, en un cráter de trescientos metros de diámetro que parecía ser una de las formaciones más antiguas del cometa. Al poco tiempo, los científicos estaban trepando por todo el cráter, recogiendo especímenes de sus (por completo estériles, ¡ay!) minerales multicolores y, de paso, metiendo sus termómetros y tubos recolectores de muestras en el mismo interior de la elevada columna de agua-hielo-bruma”.
La tormenta de nieve que cae hacia arriba se observó claramente con las fotografías de la sonda Epoxi del cometa 103/P Hartley 2.
La edición es la de Emecé, Buenos Aires, 1987, en la excelente traducción de Daniel Yagolkowski.

lunes, 1 de diciembre de 2014

2061. ODISEA TRES. LA NOVELA COMETARIA DE ARTHUR C. CLARKE.


La tercera parte de la tetralogía de Arthur C. Clarke “Odisea en el Espacio” (“2061. Odisea Tres”) es la gran novela cometaria de la ciencia ficción del siglo XX. La novela comienza con el protagonista de “2010. Odisea dos”, Heywood Floyd, con más de 100 años de edad, viviendo en un hospital que orbita la Tierra, para poder recuperarse de las múltiples lesiones de un accidente (algo tan prosaico como caerse  de un segundo piso, luego de haber sobrevivido a la implosión de Júpiter provocada por una civilización alienígena que lo transformó en el segundo sol de nuestro sistema planetario, mientras huía a bordo de la nave Leonov en 2010).
Una compañía privada china decide realizar un viaje hasta el cometa Halley, a punto de retornar en su paso sucesivo al de 1986. El objetivo es ambicioso: caminar sobre su núcleo.
Así es como el protagonista describe la primera observación del Halley desde la órbita terrestre, con la precisión de un astrónomo amateur:
Unos diez minutos antes del comienzo de su noche artificial, Heywood apagaba todas las luces de cabina, —incluso la luz roja de emergencia—, a fin de poder adaptarse por completo a la oscuridad. Si bien un poco tarde en la vida de un ingeniero espacial, había aprendido a gozar de los placeres de practicar la astronomía a simple vista, y ahora podía identificar prácticamente cualquier constelación, aun cuando sólo alcanzaba a ver una pequeña parte de ella.
Casi todas las «noches» de ese mes de mayo, mientras el cometa estaba pasando por el interior de la órbita de Marte, Floyd verificaba su posición en las cartas estelares. Aunque era un objeto fácil de localizar con unos buenos prismáticos, él se había resistido con terquedad a utilizarlos, pues estaba practicando un pequeño juego: ver hasta qué punto sus envejecidos ojos respondían al desafío. Si bien dos astrónomos de Mauna Kea afirmaban haber observado ya el cometa a simple vista, nadie les creía, y aseveraciones similares, hechas por otros residentes del Pasteur, habían sido recibidas con un escepticismo todavía mayor.
Pero para esa noche, se predecía una magnitud de seis, así que Heywood podría estar de suerte. Trazó la línea que iba de Gamma a Épsilon, y fijó la mirada en dirección al vértice superior de un triángulo equilátero imaginario, apoyado sobre aquella línea, casi como si, merced a un mero esfuerzo de voluntad, pudiera enfocar la vista a través del Sistema Solar.
¡Y ahí estaba! Tal como lo había visto por primera vez, setenta y seis años atrás, poco notable, pero inconfundible. De no haber sabido con exactitud dónde mirar, ni siquiera lo habría percibido o lo habría descartado, y habría considerado que era alguna nebulosa lejana.
A simple vista, no era más que una mancha de bruma, diminuta y perfectamente circular. Por más que se esforzó, no pudo descubrir vestigio alguno de cola; pero la pequeña flotilla de sondas que había estado escoltando al cometa durante meses ya había registrado las primeras erupciones de polvo y gas, las que pronto originarían una estela refulgente que se extendería entre las estrellas, y apuntaría en sentido directamente opuesto a la ubicación de su creador, el Sol.
Al igual que el resto de la gente, Heywood Floyd había observado la transformación del núcleo frío y oscuro —mejor dicho, casi negro— a medida que penetraba en el Sistema Solar interior: después de haber estado sometida durante setenta años a temperaturas incluso inferiores a la de congelación, la compleja mezcla de agua, amoníaco y otros hielos estaba empezando a derretirse y a burbujear. Una montaña voladora, de forma y tamaño aproximados a los de la isla de Manhattan, estaba abriendo el grifo como si fuera un salivazo cósmico, cada cincuenta y tres horas; a medida que el calor del Sol se filtraba a través de la corteza aislante, los gases en evaporación hacían que el cometa Halley se comportara como una olla a presión con fugas: chorros de vapor de agua —mezclado con polvo y un brebaje de sustancias químicas orgánicas— surgían con violencia de media docena de cráteres pequeños; el más grande —casi del tamaño de una cancha de rugby— entraba en erupción de forma regular, alrededor de dos horas después del amanecer local; tenía un gran parecido con un geiser de la Tierra, y pronto fue bautizado con el nombre de Old Faithful.
Floyd ya fantaseaba con estar de pie en el borde de ese cráter, aguardando a que el sol se elevara sobre el paisaje oscuro y retorcido que él conocía bien, merced a las imágenes provenientes del espacio”.


La edición es la de Emecé, Buenos Aires, 1987, en la excelente traducción de Daniel Yagolkowski.